2 abr 2005

Guillermo Martín Bermejo

Ante el trabajo de este artista, ante el necesario desconocimiento de sus circunstancias, imaginaré un modus operandi escueto. No puedo vislumbrar la necesidad de un estudio ampuloso y bien iluminado, ni estanterías repletas de carpetas y botes de mezcla, como seríe deseable para un bonito reportaje en Descubrir el Arte, donde fascina esa escenografía falsa y retocada del artista. No. A riesgo de equivocarme, me parece que el taller de este dibujante no es sino su propia vida; es decir, le imagino coloreando con lápices alpino una de sus tablillas sobre las propias faldas, o bordando con hilo corriente una de esas livianas almohadas casi amodorrado en el sofá de su particular refugio. ¿Me equivoco probablemente?

Pero es un arte entrañable. En eso llegaremos a acuerdo. Una de las cosas que hace deseables las tablillas de este hombre es la inocencia seguramente perdida que se adquiere en ellas. Como viñetas de historias que son, nos plantean segundos interminables -sentimientos congelados- de personajes que, hilados unos con otros, acaban por hacernos retroceder a nuestra propia adolescencia. Un jardín perdido en el que Martín Bermejo parece sentirse a gusto, una etapa de ambigüedades homoeróticas que todavía no han dado paso a la desfachatez de lo explícito.

Corazones tatuados, heridas sangrantes que manan tranquilamente, ojos cerrados en ensoñación. Lágrimas. Diagnostico la mansedumbre inquietante del andrógino, ser definido como perfecto en otros tiempos. Creo haberme topado de nuevo con la sinestésica belleza de lo que dormita a medias. Que nadie se apresure a recetar nada, se ve bien bonito este equívoco forzado de púber, nos anima a mantenernos -suspendidos- en una suerte de historia vivida; y esa es una de las virtudes del arte, conseguir recordarnos lo que un día fuimos.

Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.


1 abr 2005

María Mallén - Árboles

El trabajo de esta artista zaragozana parte de una concienzuda y meticulosa dedicación a la pintura y la fotografía. Muchas de sus obras bidimensionales ostentan una particular sensibilidad hacia aspectos ínfimos de la naturaleza, en un ejercicio constante de admiración por el pequeño microcosmos que habita en los seres orgánicos, desde el más insignificante insecto hasta la robustez de un árbol centenario, sin dejar de lado una constante poética del cuerpo femenino.

Pero en su obra reciente ha incluido con un tacto exquisito a la propia naturaleza reinventada. Ramas ya secas de árboles -siempre esa voluntad respetuosa de no vulnerar el infatigable ciclo-, donde florecen a modo de pinjantes ingrávidos los positivados fotográficos en filmina transparente

Estas esculturas, de concepto sencillo, no buscan la grandilocuencia -ni en el virtuosismo del acabado, ni en las proporciones, ni en el asunto-. Tan sólo reflejan una presencia tranquila. Y representan un grado de estilización inhabitual.

Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.