Me sentí absolutamente gratificado. No sólo había donado una obra a un Museo real; el proceso se había documentado convenientemente y la pieza era exhibida desde ese preciso instante.
¿Qué sensaciones no habrán ostentado otros que, en la misma tesitura, hayan dejado un retazo de sus vidas, una intención minúscula, debidamente encapsulada y catalogada, sobre la pared impoluta del museo?
El Museo Peatonal es, al parecer, una obra de arte, o más convenientemente un proyecto artístico. María Alós y Nicolás Dumit Estévez así lo han previsto. Para el gran público, sin embargo, funciona como museo real, institución respetable. Verse inmersos en toda esa política les embarga.
Nos embarga. Porque debo reconocer que he pensado sobre el futuro de mi obra donada, si dentro de trescientos años alguien se preocupará de restaurarla/conservarla.
Esa preocupación me sobrevino al comprobar que alguien había donado unas galletas chiquilín (¿arte autodestructivo?).
Exposición presente en la edición 2005 de madrid Abierto.
Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.
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