Ante el trabajo de este artista, ante el necesario desconocimiento de sus circunstancias, imaginaré un modus operandi escueto. No puedo vislumbrar la necesidad de un estudio ampuloso y bien iluminado, ni estanterías repletas de carpetas y botes de mezcla, como seríe deseable para un bonito reportaje en Descubrir el Arte, donde fascina esa escenografía falsa y retocada del artista. No. A riesgo de equivocarme, me parece que el taller de este dibujante no es sino su propia vida; es decir, le imagino coloreando con lápices alpino una de sus tablillas sobre las propias faldas, o bordando con hilo corriente una de esas livianas almohadas casi amodorrado en el sofá de su particular refugio. ¿Me equivoco probablemente?
Corazones tatuados, heridas sangrantes que manan tranquilamente, ojos cerrados en ensoñación. Lágrimas. Diagnostico la mansedumbre inquietante del andrógino, ser definido como perfecto en otros tiempos. Creo haberme topado de nuevo con la sinestésica belleza de lo que dormita a medias. Que nadie se apresure a recetar nada, se ve bien bonito este equívoco forzado de púber, nos anima a mantenernos -suspendidos- en una suerte de historia vivida; y esa es una de las virtudes del arte, conseguir recordarnos lo que un día fuimos.
Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.
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