Philip Groening ha debido interiorizar a base de bien una paciencia digna del Santo Job. Hasta dieciséis años han transcurrido desde que el cineasta alemán elevara su petición –muy osada, si sabemos algo de la disciplina cartuja- al prior del monasterio de Grenoble –Francia- donde finalmente rodaría con un lujo inusual de concesiones su límpido documental de cientosesentaydos minutos (¿qué es el tiempo para quien detiene su vida en la contemplación muda?). Los monjes, tras cavilar tamaña decisión en uno de sus capítulos, apostaron por avisar al director cuando estuvieran preparados, y podríamos jurar sin miedo al infierno que Groening había casi olvidado ya este proyecto cuando recibió la aprobación.
O le vino de perlas para desarrollar una filosofía paciente, imprescindible para aguzar los sentidos en la aparente vacuidad del interior monástico, donde la más indeterminada idea de Dios todo lo impregna y la eternidad parece ser el orden de medida. Así resultan esas más de dos horas sin diálogos, tras las que el espectador teme proferir los más insignificantes ruidos (cuán molesto el crujido de las viejas butacas de la cinemateca, alguna respiración demasiado profunda, un vibrador insolente que resuena en lo más recóndito de un bolso). El Gran Silencio es una obra maestra, sin duda, árida de ver por eso de la necesaria lejanía y el extrañamiento inevitable, y posee el tono imponente de todo aquello que es abstracto y no necesita ser entendido (como el canto de los pájaros). Nos introduce serenamente en la cotidianidad difícil del cenobita (a solas con su escudilla, con su reclinatorio, con la luz mansa) y nos planta delante de un sigilo enorme, que escasamente alcanzaremos a entender.
Ociosos en nuestra henchida vida urbanita, entramos al cine y en la distensión del alma; vemos a los monjes en su rara distensión (jugar en la nieve en domingo, saltar discretamente el voto de silencio cuando la regla lo permite para seguir discutiendo de ínfimas nimiedades en torno a la propia rutina). Y nos sentimos a años luz de ese silencio blanco, inconmensurable, impregnado de grandezas. Y no podemos evitar sentirnos absolutamente fuera, algo reprobados en el interior por nuestra impúdica pasión por el ruido.
www.diegrossestille.de
www.groening-film.de
Publicado originalmente en lafresa.org, 2007.
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