Ingenieros, paisajistas, economistas, informáticos, diseñadores industriales, gestores culturales, pintores, escultores, músicos y personas con buenas ideas en general conforman un significativo cumulum de cerebros pensantes muy apto para llevar a buen puerto una poesía desmedida. Y todos ellos trabajan orquestados para llevar a cabo unos proyectos tan interesantes como el jardín 01, en la pasada edición de la Bienal de Arquitectura y Diseño de Barcelona, propuesta que planteaba la realización en paralelo de dos jardines a un tiempo, usando como parcela espacios abandonados de Barcelona y Santiago de Chile respectivamente.
En este caso se trataba de plantar un huerto de naranjos en el mar, muy cerquita de las playas de Benicassim, con ocasión del ya más que famoso festival de música que se celebra anualmente y su paralelo festival de intervenciones artísticas. A quien se le cuente semejante historia podría parecerle de locos, y ahí están esos naranjos aguantando el tirón en medio del salitre y el marismo, anclados a un peso muerto de hormigón a todos invisible, como un cuento de las mil y una noches empeñado en ser realidad frente al callado empuje de las olas.
Tiene de hermoso el empeño por la naturaleza controlada que supone todo jardín; tiene de valiente plantear un huerto de tal plasticidad enfrentado a la naturaleza sin cercas como es ese mar cálido y normalmente manso del Mediterráneo. Ellos ya aventuraban que sería un desafío perdido de antemano (supongo que se referían al impredecible vandalismo de los púberes enfundados en bermudas hawaianas más que a la actuación natural de las mareas), pero es parte de la minúscula tragedia que acarrea per se lo efímero. Al fin y al cabo no hay esa intención de inmortalidad del land art, más bien se trata de una delicia pasajera.
Sabedores del extraño final a cámara lenta que suponemos al maravilloso árbol de frutas ácidas y azahares perfumadores (desaparecen los naranjos de nuestras calles, desaparecen de las huertas, desaparecen en definitiva del paisaje mediterráneo que los vio llegar desde oriente muchos siglos atrás), han elegido ese reducto de naturaleza amaestrada, símbolo cultural y económico de la región, icono en definitiva de maravillosas primaveras y mejores inviernos propiciadores del vitamínico zumo. Y lo mantienen a flote confiando en el principio de Arquímedes.
Publicado originalmente en lafresa.org, 2006.
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