La emoción de haber comprado el billete de Ave que me conducirá hasta ARCO en esta presente edición -haciendo un paréntesis que será muy de agradecer en mis preparativos para Basel- no ha hecho sino removerme en el asiento frente a mi pantalla extrabrillo, y provocar que reabra los archivos del disco externo -donde un día explotarán cientos de miles de imágenes como si nada- para hacer una revisitación, entre calada de cigarro y sorbo de descafeinado, a los artistas que pude atrapar de aquella manera entre la marea ingente de la feria... Hoy, para más inri, leo en el twitter de quierosergalerista que es bastante posible que la calavera de platino y diamantes de Damien Hirst pueda encontrarse en la feria haciendo de este modo parada y fonda en la intensa gira museística que está prevista para el cráneo de marras.
Eso me lleva automáticamente a mi viajecito a París el septiembre pasado; sobre todo a la mañana que pasé en el nuevo y maravilloso museo etnográfico du Quay Branly entre tótems y visiones ajadas de deidades terribles donde, como algo que lo hilaba todo, el miedo atávico a la muerte podía respirarse en esa atmósfera umbría que han creado expresamente para mostrar una ingente colección de objetos de los cinco continentes. Aquella misma mañana pasé por el Palais de Tokyo, que tenía sus salas cerradas al público por estar preparando una exposición, y acabé deshojando margaritas -vamos, escudriñando libros- en la interesante librería del centro de Arte. Cuando cayó en mis manos For the Love of God: The Making of the Diamond Skull -el libro acerca de la obra reseñada de Hirst-, pude pasar un tiempo inaprehensible archivando cada imagen en mi memoria, colapsado por la evidencia de una obra de arte que habría bloqueado de seguro las opiniones acerca de arte y mercado.
En ese momento no sabía nada de la pieza -sí, andaba un poco despistado, como de costumbre-; pero ahora conozco detalles interesantes como que George Michael y su novio ofrecieron setentaycinco millones de dólares por tenerla en su haber o que el cráneo que sirvió de molde para la réplica en platino pertenece a un hombre de mediana edad que vivió en el siglo XVIII. Me subyuga también la idea de que la pieza de alta joyería -lleva incrustados más de mil diamantes y es la escultura más cara de la historia- se haya exhibido en el Rijksmuseum entre obras de arte del Barroco pertenecientes a su colección permanente y seleccionadas por el propio Hirst, seguramente una cuidada suite de Vanitas y Memento Mori tan fecundas en los años de la contrarreforma.
Llego por cauces entramados cual rizoma virtual a la web que han erigido en honor a esta pieza desmesurada, http://www.fortheloveofgod.nl, y compruebo el marasmo insospechado, un murmullo apenas sordo resultante del elogio o la crítica despiadada de al menos medio millar de mortales, a los que han filmado dando su parecer sobre la obra. Alguien muy astuto ha diseñado la página como un portento astrológico en que las cabezas de los que se han prestado al experimento giran en torno a la calavera del artista británico como satélites en torno a un rey astro -a veces imagino que Hirst se cree Luis XIV, y no es muy descabellado pensarlo-, redundando en el aura de que se pretende impregnar a toda su obra con todo lo que ello conlleva.
Así que, ante tantos estímulos, ni corto ni perezoso, enciendo el iTunes y busco música apropiada: El Stabat Mater de Pergolesi, algo de Bruckner y poco de Rufus Wainwright entremezclado en un anacronismo delicioso. Luego compruebo que el día sigue tan encapotado como lo recordaba, y descorro la cortina para ver encharcarse los áticos de los edificios cercanos -más bajos y que me permiten contemplar un recorte gris cobalto de mar- bajo una lluvia que no da cuartelillo.
Todo me conduce irrevocablemente a algunas de las cosas que fotografié en el pasado ARCO, cuando, inocente de mí, no sabía de lo en boga que estaban los cráneos de nuevo en el arte, por obra y gracia de Hirst o por pura casualidad o tendencia fashionvictim que remedaba los coletazos de modas recientes en el vestir. Tras un poco más de descafeinado y algún cigarro más, consigo recomponer mi colección de calaveritas, las obras de aquellos que quisieron desafiar a la Santísima Muerte -así la veneran en México- con variaciones acerca de la vanidad inherente a la vida, con brillos y oscuridades tan propias de otros tiempos pero tan presentes.
Eso me lleva automáticamente a mi viajecito a París el septiembre pasado; sobre todo a la mañana que pasé en el nuevo y maravilloso museo etnográfico du Quay Branly entre tótems y visiones ajadas de deidades terribles donde, como algo que lo hilaba todo, el miedo atávico a la muerte podía respirarse en esa atmósfera umbría que han creado expresamente para mostrar una ingente colección de objetos de los cinco continentes. Aquella misma mañana pasé por el Palais de Tokyo, que tenía sus salas cerradas al público por estar preparando una exposición, y acabé deshojando margaritas -vamos, escudriñando libros- en la interesante librería del centro de Arte. Cuando cayó en mis manos For the Love of God: The Making of the Diamond Skull -el libro acerca de la obra reseñada de Hirst-, pude pasar un tiempo inaprehensible archivando cada imagen en mi memoria, colapsado por la evidencia de una obra de arte que habría bloqueado de seguro las opiniones acerca de arte y mercado.
En ese momento no sabía nada de la pieza -sí, andaba un poco despistado, como de costumbre-; pero ahora conozco detalles interesantes como que George Michael y su novio ofrecieron setentaycinco millones de dólares por tenerla en su haber o que el cráneo que sirvió de molde para la réplica en platino pertenece a un hombre de mediana edad que vivió en el siglo XVIII. Me subyuga también la idea de que la pieza de alta joyería -lleva incrustados más de mil diamantes y es la escultura más cara de la historia- se haya exhibido en el Rijksmuseum entre obras de arte del Barroco pertenecientes a su colección permanente y seleccionadas por el propio Hirst, seguramente una cuidada suite de Vanitas y Memento Mori tan fecundas en los años de la contrarreforma.
Llego por cauces entramados cual rizoma virtual a la web que han erigido en honor a esta pieza desmesurada, http://www.fortheloveofgod.nl, y compruebo el marasmo insospechado, un murmullo apenas sordo resultante del elogio o la crítica despiadada de al menos medio millar de mortales, a los que han filmado dando su parecer sobre la obra. Alguien muy astuto ha diseñado la página como un portento astrológico en que las cabezas de los que se han prestado al experimento giran en torno a la calavera del artista británico como satélites en torno a un rey astro -a veces imagino que Hirst se cree Luis XIV, y no es muy descabellado pensarlo-, redundando en el aura de que se pretende impregnar a toda su obra con todo lo que ello conlleva.
Así que, ante tantos estímulos, ni corto ni perezoso, enciendo el iTunes y busco música apropiada: El Stabat Mater de Pergolesi, algo de Bruckner y poco de Rufus Wainwright entremezclado en un anacronismo delicioso. Luego compruebo que el día sigue tan encapotado como lo recordaba, y descorro la cortina para ver encharcarse los áticos de los edificios cercanos -más bajos y que me permiten contemplar un recorte gris cobalto de mar- bajo una lluvia que no da cuartelillo.
Todo me conduce irrevocablemente a algunas de las cosas que fotografié en el pasado ARCO, cuando, inocente de mí, no sabía de lo en boga que estaban los cráneos de nuevo en el arte, por obra y gracia de Hirst o por pura casualidad o tendencia fashionvictim que remedaba los coletazos de modas recientes en el vestir. Tras un poco más de descafeinado y algún cigarro más, consigo recomponer mi colección de calaveritas, las obras de aquellos que quisieron desafiar a la Santísima Muerte -así la veneran en México- con variaciones acerca de la vanidad inherente a la vida, con brillos y oscuridades tan propias de otros tiempos pero tan presentes.
4 comentarios:
Parece que las calaveras te persiguen...
Cómo la de brillantes no la podrás comprar, al menos hazle unas fotos estupendas que disfrutemos todos.
No me digas que lo próximo que voy a tener que escribir va a ser sobre calaveritas...jejeje....
Hazme un favorcito... fotografíame todoooo y reténlo en la retina esa tan viva que tienes (que todo lo caza) y luego me haces una crónica desmenuzadísima de cada cosa que has visto...
Este año, Arco no me quiere paseando sus pasillos...
la crisis sniffff, sniffffff
Un post estupendo, siento tener que repetirte un aplauso sordo, cada vez que te visito, pero es más que justo.
Acudiré a Arco, espero dedicar un post y disfrutar el tuyo.
me ha encantado el reparto de la peli... jejejej (si es que deberíamos probar suerte en el cine o algo...) nos chorrea el arte por las venas humanas jajajajaja
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