EXPOSICIÓN: Elegidos para la gloria. Matías Sánchez. Cacmálaga, hasta 15/11/2009.
Los que conocemos la trayectoria de Matías Sánchez y nos vimos cautivados por su forma primigenia, tan narrativa y tan icónica, de pintar, es posible que podamos sufrir un breve episodio de emborronamiento; al enfrentarnos a las grandes telas que exhibe en el Cacmálaga -una oportunidad más que merecida- se nos ha obligado a darnos de bruces contra una pintura mucho más pintura, en la que pesan menos aquellos grafismos por los que se reconocía uno en la quinta -la afinidad con los mortadelos como principal enseña- y se llega, casi a empujones, al garabato o al monigote. Matías es mucho más basquiat y menos mortadelo, algo que se puede deducir en una lectura simplista -por la que de forma obligada hay que pasar- que se hace palpable por el trazo descuidado y chorreante.
También es menos barroco, y no ya en el sentido abigarrado al que cualquiera puede recurrir si refresca en la memoria sus exposiciones en Begoña Malone de hace unos años; también en cuanto que prescinde de las filacterias, antes tan adecuadas para hacer legible su obra, o el tono inmortal que asediaba sus telas a modo de panegírico. Sema D´Acosta veía una singular retroalimentación entre Matías -sevillano, alemán sólo de nacimiento- y el excelente Valdés Leal: Hay una trabazón común que anuda la moraleja de sus admoniciones. hay un hálito eterno, un tono subliminal contracorriente, un vahído inmortal que da rotundidad a sus mensajes compartidos [1]. Y, al menos en lo concerniente a las evidencias, Matías ha despojado al emblema de sus vestiduras; en parte por abundancia, por insistencia, por lo tanto también por un probable y comprensible aburrimiento. Pero en parte -y en una parte más sustanciosa que se diría- por un inefable interés en pintar por pintar que supera nuestras expectativas.
En discusiones que he entrado se arguye si Matías gana o pierde en este nuevo recodo del camino. Yo advierto que se trata de una estrategia pendular inevitable: Algunos le aconsejarán que lo suyo trata de desnudar esa cocina pictórica, que las manchas cromáticas deben recuperar su territorio, antes velado, y ostentarse por encima del monigote, incluso que el monigote es sólo pretexto; otros añorarán la poética tan suya, la del sarcasmo de buen observador, que aquí anda tan diluída, tan a conciencia descafeinada. Y hay quién resuelve en un tono desenfadado que Matías, sencillamente, anda pasándoselo muy bien; pues los que no le han visto pintar se lo imaginan embarrando los áticos del lienzo a escobazos, y no andarán tan lejos.
En cuanto a su repertorio iconoclasta, se ha dicho y se ha escrito que él no busca a los personajes sino que los personajes le buscan a él, o que va dejando de lado el discurso para centrarse en pintar: y no me lo creo, del todo. Matías anda siempre ojo avizor y no se le escapa ni uno sólo de los personajuchos de la vida basurilla, del artisteo de mercachifles; lo mejor es que alguna vez se tomará una cerveza o se fumará unos cigarritos con ellos, que no se saben retratados en las postrimerías de Matías, que no se adivinan en el narigón o el rostro desfigurado. En otra perla cultivada, se leía hace tiempo en referencia a la pintura de Matías que los óleos muestran una serie de rufianes y meretrices que se deleitan en su lodazal, como felices gorrinos [2]. Y es verdad, hay un encharcamiento del que Matías no puede sacar los pies, plasmando cada dos por tres esa deleznable fotografía de grupo en la que de una u otra manera podemos llegar a sorprendernos a nosotros mismos, los que osamos decir cosas en voz alta con tal que se digan cosas, más buenas o más malas, de nosotros. Especialmente si tenemos en cuenta que estas exposiciones las ven casi solamente aquellos que rechinan por las esquinas de los lienzos de Matías, muy a pesar de los directores de centros de arte que se ufanan al contabilizar todas las visitas escolares como si de incursiones por motivación propia se tratara. Los críticos, los especuladores, los coleccionistas, los galeristas, los artistas de más o menos reconocimiento, un público de cierto perfil cultivado, y por supuesto los aduladores.
Otra cosa es que a Matías lo que le guste es pintar, eso se ve, pero ya podría ser ya un aburrido Pedro Calapez y no le ha dado por ahí. Y lo mejor es que Matías, en el futuro más cercano, haga lo que le dé la gana.
No obstante a todo lo desgajado, y como texturas y gestos pictóricos -tan variados y de tanta profundidad, y por qué no decirlo, de tan buen gusto- me subyugan en igual modo, me posiciono entre los aduladores. Además es oportuno confesar que me atrapó con ese autobús de los zurdos, un entrañable gabinete de cuadritos en los que está la orla de fin de curso de los grandes desafinadores, del joven Picasso a Jawlensky, que podrían ser los siniestros por oposición a los diestros que bien todo lo hacen (y a mí el que me gusta es un Kirchner que ha pintado como una calavera maravillosamente resuelta).
Lo de ser zurdo de religión -ya que lo de la mano que se use importa un gruño- tiene su aquél.
[1] D´ACOSTA, Sema. Por los siglos de los siglos... Matías Sánchez. Revista lafresa.org, núm. 00605, monográfico Inmortalidad, 2006.
[2] HINOJOSA, José. Matías Sánchez tiene un mal sueño. Revista lafresa.org, núm. 00701, monográfico La parada de los monstruos, 2007.
Fotografías de Pedro Alarcón por cortesía de Cacmálaga.
www.cacmalaga.org
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También es menos barroco, y no ya en el sentido abigarrado al que cualquiera puede recurrir si refresca en la memoria sus exposiciones en Begoña Malone de hace unos años; también en cuanto que prescinde de las filacterias, antes tan adecuadas para hacer legible su obra, o el tono inmortal que asediaba sus telas a modo de panegírico. Sema D´Acosta veía una singular retroalimentación entre Matías -sevillano, alemán sólo de nacimiento- y el excelente Valdés Leal: Hay una trabazón común que anuda la moraleja de sus admoniciones. hay un hálito eterno, un tono subliminal contracorriente, un vahído inmortal que da rotundidad a sus mensajes compartidos [1]. Y, al menos en lo concerniente a las evidencias, Matías ha despojado al emblema de sus vestiduras; en parte por abundancia, por insistencia, por lo tanto también por un probable y comprensible aburrimiento. Pero en parte -y en una parte más sustanciosa que se diría- por un inefable interés en pintar por pintar que supera nuestras expectativas.
En discusiones que he entrado se arguye si Matías gana o pierde en este nuevo recodo del camino. Yo advierto que se trata de una estrategia pendular inevitable: Algunos le aconsejarán que lo suyo trata de desnudar esa cocina pictórica, que las manchas cromáticas deben recuperar su territorio, antes velado, y ostentarse por encima del monigote, incluso que el monigote es sólo pretexto; otros añorarán la poética tan suya, la del sarcasmo de buen observador, que aquí anda tan diluída, tan a conciencia descafeinada. Y hay quién resuelve en un tono desenfadado que Matías, sencillamente, anda pasándoselo muy bien; pues los que no le han visto pintar se lo imaginan embarrando los áticos del lienzo a escobazos, y no andarán tan lejos.
En cuanto a su repertorio iconoclasta, se ha dicho y se ha escrito que él no busca a los personajes sino que los personajes le buscan a él, o que va dejando de lado el discurso para centrarse en pintar: y no me lo creo, del todo. Matías anda siempre ojo avizor y no se le escapa ni uno sólo de los personajuchos de la vida basurilla, del artisteo de mercachifles; lo mejor es que alguna vez se tomará una cerveza o se fumará unos cigarritos con ellos, que no se saben retratados en las postrimerías de Matías, que no se adivinan en el narigón o el rostro desfigurado. En otra perla cultivada, se leía hace tiempo en referencia a la pintura de Matías que los óleos muestran una serie de rufianes y meretrices que se deleitan en su lodazal, como felices gorrinos [2]. Y es verdad, hay un encharcamiento del que Matías no puede sacar los pies, plasmando cada dos por tres esa deleznable fotografía de grupo en la que de una u otra manera podemos llegar a sorprendernos a nosotros mismos, los que osamos decir cosas en voz alta con tal que se digan cosas, más buenas o más malas, de nosotros. Especialmente si tenemos en cuenta que estas exposiciones las ven casi solamente aquellos que rechinan por las esquinas de los lienzos de Matías, muy a pesar de los directores de centros de arte que se ufanan al contabilizar todas las visitas escolares como si de incursiones por motivación propia se tratara. Los críticos, los especuladores, los coleccionistas, los galeristas, los artistas de más o menos reconocimiento, un público de cierto perfil cultivado, y por supuesto los aduladores.
Otra cosa es que a Matías lo que le guste es pintar, eso se ve, pero ya podría ser ya un aburrido Pedro Calapez y no le ha dado por ahí. Y lo mejor es que Matías, en el futuro más cercano, haga lo que le dé la gana.
No obstante a todo lo desgajado, y como texturas y gestos pictóricos -tan variados y de tanta profundidad, y por qué no decirlo, de tan buen gusto- me subyugan en igual modo, me posiciono entre los aduladores. Además es oportuno confesar que me atrapó con ese autobús de los zurdos, un entrañable gabinete de cuadritos en los que está la orla de fin de curso de los grandes desafinadores, del joven Picasso a Jawlensky, que podrían ser los siniestros por oposición a los diestros que bien todo lo hacen (y a mí el que me gusta es un Kirchner que ha pintado como una calavera maravillosamente resuelta).
Lo de ser zurdo de religión -ya que lo de la mano que se use importa un gruño- tiene su aquél.
[1] D´ACOSTA, Sema. Por los siglos de los siglos... Matías Sánchez. Revista lafresa.org, núm. 00605, monográfico Inmortalidad, 2006.
[2] HINOJOSA, José. Matías Sánchez tiene un mal sueño. Revista lafresa.org, núm. 00701, monográfico La parada de los monstruos, 2007.
Fotografías de Pedro Alarcón por cortesía de Cacmálaga.
www.cacmalaga.org
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4 comentarios:
Desde luego a mí tb me atrapó el kirchner y el resto de moradores. Lo mismo me da por coger ese autobús y darme una vueltita con la fila de zurdos... No hay nada mejor que dejarse atrapar por lo que a uno más le gusta y a Matías, desde luego, lo que más, lo que más... es pintar!!!!
Vivo en Fuengirola y el viernes pasado fui expresamente al CAC a las 15:30 y ahora resulta que cierran hasta las 17 horas en verano. Tengo que ir. Me gusta bastante. Un descubrimiento importante tu blog.
Y .........
Tb.......
X
Una mujer en apuros, os pido, visitarla.
http://soyunamujermuyfuerte.blogspot.com/
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