Imágenes con suficiente consistencia como para devorarnos. Puede sonar un poco tremendo así dicho, pero es cierto. Por muchas razones. Entre muchas otras, estas fotografías de Noelia García tienen algo de planta carnívora. Maximizando voluptuosamente sencillos pares de pestañas, en húmedo y fragante verde suptropical o en un encendido amarillo ambarino, todo se reinventa como fauce insaciada, gruta expectante.
Y en ningún caso estoy hablando del icono femenino como metáfora de la mantis religiosa, entiéndaseme. Porque es un devorar dulce el que se promete, en una lentísima –al ritmo delectante de un documental botánico- seducción que se adivina con todos sus aromas y fluidos. Es un tipo de fotografía sinestésica, que nos habla de sensaciones aparentemente ausentes (particularmente, me refiero a que podríamos oler o saborear, más que disfrutar cromáticamente del espectáculo, por así decirlo).
La misma sinestesia he padecido confundiendo estos retazos del cuerpo humano con alguna extraña vegetación desconocida y magnificada por un obturador silencioso. Porque Noelia García le ha dado la vuelta al antiguo juego de simular algunas glándulas y otras sensualidades en estambres y pistilos. Todos tenemos unos cuantos referentes de esa diversión, ¿no es cierto?
En estas imágenes, casi con tanta garra como cualquier lienzo de O´Keefe, lo más evidente es la vida –no tanto en un sentido dionísiaco, como el arte se ha encargado muchas veces de plantear; más bien en un sosegado pero consciente sueño de hibernación, lujurioso sueño si se me permite-. En una primera impresión me parecieron evidentes insectos, ahora cada vez más asocio estas fotografías a una especie de paisaje sobre la vivificante piel de Gea, aquella que hizo germinar todo tras una lluvia intensa inenarrable, en el principio de los tiempos.
Publicado originalmente en lafresa.org (Noviembre de 2005)
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