No es extraño encontrarse a menudo con alusiones al coleccionismo -ya artístico o de otra índole, si bien el artístico en mayor medida- como una especie de comportamiento obsesivo compulsivo rayano en lo enfermizo. Incluso se da el caso de que muchos coleccionistas de arte llegan a reconocer que su posición en el mundo, tomando como actitud aquella acumulativa que parece dotarles de diferentes condicionantes para la felicidad, es cuasi patológica. Iván de la Torre Amerighi se ha referido a la disyuntiva del coleccionismo en base a dos parámetros bien curiosos: la actitud nostálgica y algo fetichista de quien quiere apresar las reliquias del pasado, y la actidud preventiva de aquél que quiere reservarse ases en la manga "por lo que pueda pasar". A medio camino entre una y otra posición encuentro yo al verdadero coleccionista: Alguien entregado a la conservación de una fina retícula de resíduos arqueológicos (todo es arqueología; el celular obsoleto, desde el momento mismo en que es sustituído, se convierte en arqueología) que no obstante se preocupa de establecer un cierto orden en el caos, desde principios taxonómicos bien universales bien más intuitivos.
Contemplando una exposición antológica de Madelon Vriesendorp en el Museo Suizo de Arquitectura -que tiene su sede integrada en el fabuloso Kunsthalle de Basel- sobrevinieron estos y otros más fugaces pensamientos en torno al síndrome de Diógenes a que en cierta manera nos vemos abocados cada vez que coleccionamos. Entiéndase en el sentido más amable; pues no afirmo que reunamos basura en torno a nosotros, pero sí en cierto modo objetos que carecen de funcionalidad práctica, que precisamente por los valores taumatúrgicos que les asociamos entran a formar parte de nuestra obsesión por poseerlos. El artista crea objetos (aunque ya no es siempre precisamente así, casi todos los creadores se ven alguna vez envueltos en esa necesidad), y el coleccionista se obsesiona con almacenarlos tratando en todo momento de desligar ese matiz peyorativo que se desprende de "almacenaje" o "acumulación" revistiendo su asunto de todo un trasunto teórico que a veces puede consistir exclusivamente en el intenso diálogo a que obliga a sus trofeos de caza con la puesta en escena de la colección en el ámbito doméstico.
Volvamos de nuevo a la artista holandesa; ella ha esparcido su obra dibujística y pictórica en brillante sintonía con sus colecciones de objetos y postales, que lejos de ensombrecer sus facetas creativas o subrayar sus carencias (Vriesendorp no pasará a los anales por ser una gran pintora) sencillamente sirven de manifiesto, de alucinante y apasionada declaración de intenciones. Vriesendorp, muy a pesar de que pasa en todos sitios por artista plástica del ámbito de lo bidimensional (esto es, una potente creadora de imágenes), es una instaladora en toda regla. No sólo condiciona el papel de cada objeto en función de su relación con el resto, sino que incluso confía en que el orden y la situación de cada uno de ellos depende en gran medida de factores tan ambiguos como el subconsciente. No olvidemos que Vriesendorp se mantuvo muy cerca de las corrientes que ensalzaron en su momento el método paranoico crítico -propuesta de interpretación que Dalí definía como "método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes".
Precisamente en torno a este método, en el que Salvador Dalí confiaba para la puesta en marcha de su proceso creativo, se lleva a cabo una ingente producción de ilustraciones de la artista que discurren a través de la paranoia. Quizá de todas ellas las más conocidas y al mismo tiempo las que seducen a primera vista son las que narraron un ambiguo romance entre los rascacielos Empire State y Chrysler, que aparecen en uno de los dibujos tumbados en un lecho matrimonial en evidente situación postcoital, o emulando las posiciones y actitudes que tomaron los personajes del Angelus de Millet en su postrera reinterpretación por el ya mencionado artista de Figueras. La Gran Manzana, por tanto, es una de las obsesiones de esta creadora, que tiene en la estatua de la libertad un icono que maneja a voluntad para reintegrar en ella una nutrida selección de significados. No en vano gran parte de sus acumulaciones de objetos tienden a desarrollar una particular visión del Skyline -ya neoyorkino ya de cualquier otra parte del mundo-, en la que tienen lugar diferentes y recurrentes representaciones de los rascacielos extraidas del vulgar y no obstante rico ámbito del souvenir.
La exposición de Vriesendrop es una cámara de las maravillas moderna, donde tienen lugar los más bizarros objetos recopilados a lo largo de toda una vida -colección que sigue creciendo, que se exhibe todavía como proyecto abierto-, que nos provoca serias preguntas acerca de las intenciones que escondemos al decidir conservar cualquier objeto -artístico o no- o posicionarlo en el micromuseo que habita entre los pliegues de nuestra imaginación. Más interesante aún es la propuesta de esta artista si consideramos la última de sus obras mostrada en el Kunsthalle, una versión a escala humana de algunos de los objetos que formarían parte de un extraño juego para el visitante. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...
Contemplando una exposición antológica de Madelon Vriesendorp en el Museo Suizo de Arquitectura -que tiene su sede integrada en el fabuloso Kunsthalle de Basel- sobrevinieron estos y otros más fugaces pensamientos en torno al síndrome de Diógenes a que en cierta manera nos vemos abocados cada vez que coleccionamos. Entiéndase en el sentido más amable; pues no afirmo que reunamos basura en torno a nosotros, pero sí en cierto modo objetos que carecen de funcionalidad práctica, que precisamente por los valores taumatúrgicos que les asociamos entran a formar parte de nuestra obsesión por poseerlos. El artista crea objetos (aunque ya no es siempre precisamente así, casi todos los creadores se ven alguna vez envueltos en esa necesidad), y el coleccionista se obsesiona con almacenarlos tratando en todo momento de desligar ese matiz peyorativo que se desprende de "almacenaje" o "acumulación" revistiendo su asunto de todo un trasunto teórico que a veces puede consistir exclusivamente en el intenso diálogo a que obliga a sus trofeos de caza con la puesta en escena de la colección en el ámbito doméstico.
Volvamos de nuevo a la artista holandesa; ella ha esparcido su obra dibujística y pictórica en brillante sintonía con sus colecciones de objetos y postales, que lejos de ensombrecer sus facetas creativas o subrayar sus carencias (Vriesendorp no pasará a los anales por ser una gran pintora) sencillamente sirven de manifiesto, de alucinante y apasionada declaración de intenciones. Vriesendorp, muy a pesar de que pasa en todos sitios por artista plástica del ámbito de lo bidimensional (esto es, una potente creadora de imágenes), es una instaladora en toda regla. No sólo condiciona el papel de cada objeto en función de su relación con el resto, sino que incluso confía en que el orden y la situación de cada uno de ellos depende en gran medida de factores tan ambiguos como el subconsciente. No olvidemos que Vriesendorp se mantuvo muy cerca de las corrientes que ensalzaron en su momento el método paranoico crítico -propuesta de interpretación que Dalí definía como "método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes".
Precisamente en torno a este método, en el que Salvador Dalí confiaba para la puesta en marcha de su proceso creativo, se lleva a cabo una ingente producción de ilustraciones de la artista que discurren a través de la paranoia. Quizá de todas ellas las más conocidas y al mismo tiempo las que seducen a primera vista son las que narraron un ambiguo romance entre los rascacielos Empire State y Chrysler, que aparecen en uno de los dibujos tumbados en un lecho matrimonial en evidente situación postcoital, o emulando las posiciones y actitudes que tomaron los personajes del Angelus de Millet en su postrera reinterpretación por el ya mencionado artista de Figueras. La Gran Manzana, por tanto, es una de las obsesiones de esta creadora, que tiene en la estatua de la libertad un icono que maneja a voluntad para reintegrar en ella una nutrida selección de significados. No en vano gran parte de sus acumulaciones de objetos tienden a desarrollar una particular visión del Skyline -ya neoyorkino ya de cualquier otra parte del mundo-, en la que tienen lugar diferentes y recurrentes representaciones de los rascacielos extraidas del vulgar y no obstante rico ámbito del souvenir.
La exposición de Vriesendrop es una cámara de las maravillas moderna, donde tienen lugar los más bizarros objetos recopilados a lo largo de toda una vida -colección que sigue creciendo, que se exhibe todavía como proyecto abierto-, que nos provoca serias preguntas acerca de las intenciones que escondemos al decidir conservar cualquier objeto -artístico o no- o posicionarlo en el micromuseo que habita entre los pliegues de nuestra imaginación. Más interesante aún es la propuesta de esta artista si consideramos la última de sus obras mostrada en el Kunsthalle, una versión a escala humana de algunos de los objetos que formarían parte de un extraño juego para el visitante. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión...
2 comentarios:
ayyyyy... cuánto nos gustó... (yo que soy, maríarecuerdos... no pude evitar fliparlo directamente...)
muaaaaa
Por cierto... al Critical Pursuit... habrá que sacarle más partido ¿no?
Publicar un comentario