16 may 2007

Saura erótico


EXPOSICIÓN Erótica, Antonio Saura. Galería Carles Taché, Barcelona. Febrero 2007.

El Museo de Arte Abstracto de Cuenca posee, entre lo más laureado de su colección, un impactante lienzo firmado por Antonio Saura que retrata a la mismísima y genuina Brigitte Bardot. Por supuesto, y dadas la convicción del mismo museo y la personalidad marcadísima de la pintura de este artista oscense, el mencionado retrato no puede sino ser una ilusión inventada, una ficción monstruosa que a todas luces desborda. Realizado en 1959, de plena actualidad la fama de Sex-Symbol que rodeaba a la conocidísima actriz, Saura recicla todos los tópicos del momento acerca de la sensualidad más prohibitiva (en una España grisácea que está siendo convulsionada por los cambios y por las cada vez más expectantes ansias de un público deseoso de sexo a espuertas) para encarnar en un icono irreconocible (el monstruo en que se convirtió luego la actriz, dadas su homofobia y su enfermizo ecologismo desarrollados a partes iguales) todo el deseo posible. El erotismo se plantea como algo imbatible, y es pintado sobre el lienzo con un frenético embargo dionisíaco, casi lujurioso (¿acaso podría decirse así también de toda la pulsión pasional que deposita Saura en el brochazo, el goteo y la gestualidad pictórica que condicionan el espectro general de su obra?). En el inquietante retrato, la sexualidad inherente –más presente en la propia evocación del nombre de la intérprete francesa que en el difícil escote disparado en negro sobre la tela- es convulsiva, se retuerce y nos asalta, como un beso ilícito o un apasionado encontronazo carnal. La mueca apretada, casi rechinante, nos recuerda cuán brutal puede ser una libido descontrolada, y lo que de mortal –por humano, por animal también- tiene todo aquello que lleva inevitablemente a la cópula y al placentero yacer.


Más o menos estas pautas de acción encontramos también en la treintena de obras que se exhibieron en la Galería Carles Taché bajo el sugerente “Erotica” que titulaba la exposición. En un omnipresente blanco y negro particularísimo –propio del empeño del propio artista para alcanzar la máxima expresividad, en una suerte de contínuo rompimiento de gloria pictórico desbordante, casi eyaculación seminal- se dilucidan estas pinturas de por sí agresivas. Nos narran un imaginario que debiera ser colectivo –el que plasmase, y con un sentido vibrátil muy cercano, el Picasso que se sumergía en la ancianidad más divertida y procaz-, minado de experiencias clandestinas pero altamente concupiscentes (penetraciones belicosas, putas atroces, la tan manoseada masturbación femenina…) y trufado de deliciosos tabúes que de seguro sazonaban el interés del pintor (la presencia de clérigos que olvidaron el celibato, por ejemplo) añadiendo un punto muy elocuente de sátira al prolífico magma que resultaba.


Lo que hace más atractivo, en general, a los dibujos eróticos es la inmediatez. Ya en aquellos de Jean Cocteau –de vergas imposibles y reincidentes fantasías- o en aquellos algo más callados de Schiele o Klimt –otra vez la presencia arrolladora del pubis como fuente de todo goce-, los dibujos eróticos tienen siempre un halo de furtividad innegable. Eso los hace más rápidos, también más incontenidos y menos preocupados por cuestiones de estilo. Un dibujo erótico jamás se revela como ejercicio formal; sucumbiendo a redondeces, vulvas y falos desmesurados, el dibujo erótico despliega compuertas secretas y deja brotar un sentido pictórico mucho más íntimo, rayano en lo automático. Quizá tenga su explicación en la certeza momentánea del artista de que esas obras serán las últimas en ser colgadas en la santa sala de exposiciones.

En los tiempos que corren los artistas han olvidado el erotismo –al menos los occidentales- y se han lanzado sin rubor al lodazal de la explicitud. Las imágenes sexuales nos abordan ya con una violencia y una multiplicidad que han causado el hastío y hasta la indiferencia. Saura, que vivió tiempos diferentes, fue cronista de un erotismo real, alimentado también de miedos y silencios, quizá el mejor erotismo por más auténtico, si bien desconoceremos del todo el dolor que causase.

fotografías por cortesía de Galería Carles Taché, Barcelona.

www.carlestache.com


Publicado originalmente en lafresa.org, 2007.