27 ene 2010

Notas sobre la destrucción de la Historia. Guillermo Martín Bermejo



En esos recortes late la misma velada perversidad que resistía dulcemente a ahogarse en sus dibujos. Cuando se marchó a Berlín y fue desgranando -lentamente, como el agua en una clepsidra, luego a borbotones, con la sonrisa escondida de quien encuentra un atajo- decenas de imágenes reconstruidas, no hizo sino dar rienda suelta a una vieja canción de gramófono.

Si tuviésemos que enunciar el proceso a modo de ecuación, habrían de tomarse en cuenta algunas variantes:


La primera de las variantes es la conciencia del nómada. Algunos presagios de corte oriental te animan a acarrear el menor lastre posible, apenas unas cuantas herramientas imprescindibles que puedes llevar contigo. Tus lápices, tus minas de acuarela, algunos papeles, pocas tablas -te has desprendido casi de todas las piezas anteriores-, un pequeño ordenador ultraligero, una impresora diminuta... Y todo el album de la memoria resonando como breves relatos de melancolía. Pues el que viaja a todos lados es un niño.


La segunda de las variantes es la conciencia del invisible. Tu doble historia es que utilizas el lenguaje sencillo reconfortante del dibujo -en este caso el collage, papel a fin de cuentas-, y que reivindicas de un modo genuino la voz soterrada, el eco casi callado. Hay mucha grandilocuencia ahí fuera, el valor de las cosas se estipula en centímetros o en metros cuadrados; en ese contexto, el arte que no alcanza un palmo parece condenado a no ser visto jamás. Y sin embargo ahí están, arracimadas, todas esas historias al fin y al cabo tan graves, que ponen en la picota muchas de nuestras equivocaciones. Pocas veces resulta tan social el arte menos mediático. Quedamente social, casi tímido. Valiente en sus convicciones.

Sé que una parte de tí quiere conseguir esa invisibilidad casi total, como si pudieras desvanecerte sutilmente, como una nube de humo, volatilizarte. ¿Desaparecer?

La tercera de las variantes es la conciencia del transparente. Como el alabastro, que todo tenga esa cualidad de contener y transportar cierta luz; lo transparente resulta frágil a todas luces. Resulta efímero, por la consistencia de un papel que ha de mantenerse erguido, la tinta que debería afianzarse en solidez frente a la radiación ultravioleta.


Y Berlín. Berlín te ha sufragado el espíritu con ecos remotos, conciencias y letargos. Tus historias siempre han girado en torno a la dificultad para asumir los terrenos perdidos en esta vida, a la inocencia prístina de algunas almas cándidas que se ven sumergidas en el marasmo, a la infancia y sus miserias más recónditas. Y sin embargo, como Madrid, Nueva York o Basel, Berlín -como cada uno de tus hogares- le ha puesto una luz y un eco distinto. Por eso lo del gramófono que te decía antes. El fieltro gris, como de manta provisional para pasajeros de avión, el clip de gris oficina y el recorte de gris periódico, una cuidada paleta de grises.

Los chicos recortados que se solapan en tus collages, rescatados de véte a saber qué sordidez propia, se han desencontrado con la vida, atesoran agravios y microviolencias, están ateridos de soledad y de pensamientos gigantes como cumulonimbos. Como dices tú sin palabras, el nuevo panorama del mundo contiene toda esa soledad interconectada, fatigas, fría pulcritud y la indecible sensación térmica que precede a la nada.




Guillermo Martín Bermejo expone sus trabajos más recientes en la madrileña galería Travesía Cuatro del 14/01/2010 al 13/02/2010.


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1 comentario:

ANA dijo...

A veces parece
que estamos en el centro de la fiesta
Sin embargo
en el centro de la fiest no hay nadie
En el centro de la fiesta est´´a el va´´io
Pero en el centro del vac´´io hay otra fiesta

Roberto Juarroz
Poes´´ia Vertical
Citado por Vila- Matas en "Exploradores del abismo"