29 abr 2010

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2010
tinta china y bolígrafo, papel vegetal
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28 abr 2010

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2010
tinta china y bolígrafo, papel vegetal
A4










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21 abr 2010

El Pañuelo. Marjane Satrapi


Imagen de la Película "Persépolis", a partir del cómic original.

Teherán, 1989. En la Facultad de Arte se convoca a todos los estudiantes a una reunión de carácter obligatorio; una vez allí, los congregados comprueban que, una vez más, se les ha llamado para mostrarles el recto camino, mediante una conferencia sobre el tema "La conducta moral y religiosa". El núcleo del discurso gira otra vez en torno a la inapropiada vestimenta de las estudiantes, pues al parecer se maquillan, no cubren bien su cabello y llevan velos demasiado cortos, entre otras cosas. Ante la estupefacción de la audiencia, separada por sexos y más que habituada a discursos de ese cariz, una joven toma la palabra no sin cierta insolencia:

"[...] No duda en hacernos reproches, cuando nuestros hermanos aquí presentes llevan todo tipo de peinados y de ropa. A veces, llevan prendas tan ceñidas que se les puede ver el cuerpo. ¿Cómo es posible que yo, como mujer, no pueda sentir nada viendo a estos fornidos señores de arriba a abajo, pero ellos, como hombres, puedan excitarse por cinco centímetros menos de velo?"

Aunque llegué tarde a la lectura de Persépolis, quizá la mejor novela gráfica que haya caído en mis manos, queda de manifiesto tras su lectura que la vigencia de su narración la hace del todo recomendable en los tiempos que corren. La protagonista de la escena mencionada es la propia Marjane Satrapi, dibujante iraní que habla en primera persona durante absolutamente todas y cada una de las paginas de los apasionantes cuatro libros de los que consta esta saga.

Satrapi no es crítica en exclusiva con la cultura que la vio nacer; entre las vicisitudes por las que transcurre su vida, también da cuenta de muchos de los defectos evidentes en la cultura occidental, que asimismo pudo percibir en primera persona tras su estancia en diversos paises europeos, como Austria. Pero traduce con voz clara y lenguaje sencillo muchos de los pensamientos que pasaban por mujeres de su entorno, contrarias a la sumisión pasiva de la mujer pero acostumbradas a una vida de represión en diferentes fases y grados.

Viñetas del cómic "Persépolis".

En esta Europa de integración, más o menos afortunada, se habla de la presencia del hiyab islámico en las aulas o en el mundo laboral como un derecho a la libertad religiosa. Suele mencionarse que las féminas que lo portan desean llevarlo a la manera de un cálido refugio en su religión y no sin cierta nostalgia; casi siempre se alude a que es un acto de "sumisión a su Dios". No obstante, una visión nítida del asunto nos lleva a la comprobación de que ese grado de sumisión religiosa fluctúa y mucho en función del grado de avance en las libertades sociales de cada país. Una mujer no se vestiría del mismo modo en Jordania y Afganistán, por poner dos ejemplos muy distanciados.

Tampoco se suele recordar que el principal argumento de aquellos que defienden o imponen el uso del pañuelo en sus diferentes modalidades es el de que las protege de su propia belleza. Esto es, de las miradas lascivas de los hombres y sobre todo de aquellos hombres que no tomarán a la mujer en matrimonio. Creo firmemente en que la diferente manera de educar a los dos colectivos -el femenino y el masculino- en las comunidades musulmanas resuelve evidentemente en conclusiones como el deseo de cubrirse con velo, del mismo modo en que las mujeres de la posguerra española aceptaban sumisas su papel en una sociedad que les había privado de una parte del conocimiento y la información.

Imagino que no somos quiénes para decidir sobre el atuendo de otras personas, como las mujeres musulmanas que desean cubrirse con velo; pero sí tenemos la oportunidad de legislar acerca de cómo queremos educar a esos ingentes colectivos de ciudadanos, aún menores de edad, sobre tolerancia e igualdad. Y desde luego, bajo nuestra responsabilidad, de eliminar lastres que prorrogan la situación de una cantidad enorme de mujeres en un ostracismo cultural.







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20 abr 2010

Searching (Serge Spitzer)


Todo está conectado y entrelazado, y sin embargo todo es accidental. Eso se desprende de nuestra particular e individual recepción de la información, lo cual se advierte con especial clarividencia en momentos como este en que fenómenos de una magnitud tal nos empujan a saciarnos de información reciente, actualizada y variopinta. Un volcán escupe cenizas y, en un impredecible efecto mariposa, una concatenación fabulosa (entiéndase por su tamaña proporción) de sucesos dan lugar a una miríada de consecuencias en principio inapreciables por la mente humana. Los que de alguna manera hemos dependido del caos aéreo nos hemos visto sometidos a la tiranía de los mecanismos actuales de la información -diarios digitales que publican informaciones contradictorias y páginas oficiales de organismos a los que se presupone cierta fiabilidad que ofrecen un farragoso calvario hasta llegar al dato que ansiamos-.

En el proceso en que adquirimos toda esa información, y dado que en nuestra posición ante la misma no hay en absoluto un ansia de linealidad, llegamos a perdernos en vericuetos que nos arrojan fuera de la nube de influencia, a los márgenes de subinformaciones que en nada afectan a nuestros intereses iniciales. Es más, se pierde toda noción del tiempo y hasta las intenciones. De algún modo, esa manera de percibir información -caótica, laberíntica, rizomática- obtiene éxito en los parámetros narrativos actuales; los guiones de mayor seguimiento en las audiencias de todo el planeta se alimentan cada vez más de estructuras desordenadas plagadas de invisibles vasos comunicantes que nos lanzan bruscamente a un momento u otro de la narración, incluso a miles de micronarraciones casi independientes. Ya que somos adictos a este proceso informativo anárquico, del que sólo se libran las mentes más concienzudas -disciplinadas a no saltar frenéticamente de un hiperlink a otro-, no es de extrañar que las narraciones contemporáneas lo asimilen claramente. Véase el célebre caso de la serie televisiva Perdidos, en la que los flashbacks, flashforwards y flashsideaways (miradas al pasado y al futuro de los personajes, y extraños entrecruzamiento de tiempos distintos) se trenzan en un impresionante e inabarcable mimbre, cuyo mapa conceptual podría adquirir una forma orgánica, caprichosa y ramificada.


Todo este prólogo viene al hilo de una instalación artística recientemente planteada en el parisino Palais de Tokyo, a cargo del creador Serge Spitzer, con el título "Re/Search: Bread and Butter with the ever present Question of How to define the difference between a Baguette and a Croissant" (Re/Búsqueda: El pan y la mantequilla ante la cuestión siempre presente de como definir la diferencia entre una baguette y un croissant). La obra en cuestión, ya de por sí dotada de una nomenclatura a la que difícilmente nos podemos enfrentar con indiferencia, posee un extraordinariamente explícito carácter arbitrario: Consiste en la trayectoria más o menos aleatoria de tubos interconectados de aire comprimido al modo de aquellos que se utilizaron en otros tiempos para hacer llegar mensajes escritos desde las centralitas de telégrafos a los diferentes departamentos comerciales. No solamente queda en evidencia la obsolescencia de determinados mecanismos de comunicación -un laberinto de tubos con propulsión neumático, el mensaje escrito en papel-; también parafrasea el paisaje de internet, cual metáfora de un imaginario skyline. Si tratamos de esbozar un mapa de la información que cada uno de nosotros selecciona y persigue, a buen seguro que se dibujarían en el aire unos bellísimos bucles salpicados de orificios entrantes y salientes.




Fotografías por cortesía de Palais de Tokyo









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