Hace unos días hablaba de lo que me habían parecido las obras de Irene Andessner en la preciosa exposición "Rehistory", en la Galeria JM de Málaga. Hoy vuelvo a entrar al trapo, para no dejar de lado aquellas otras que también estaban allí y merecían su glosa:
De una parte, y compartiendo sala con la Andessner, el terceto alegórico de Pablo Alonso Herráiz. Comparto el interés de este artista de origen sevillano por las ficciones construidas a partir de una serie de piezas que, pudiendo funcionar de modo independiente, se encuentran más cómodas orquestadas bajo el guión algo literario dirimido tras un arduo proceso de trabajo. Siempre me ha parecido encontrar muchos paralelismos entre su obra y las otras ficciones, esta vez fotográficas, de Joan Fontcuberta (que mediante el virtuosismo del fotomontaje y otras técnicas adyacentes ha conseguido hacer creer a miles de ilusos espectadores un buen nutrido grupo de historias). No obstante, el arte de Pablo Alonso Herráiz, feliz en esa inmersión en la historia, fabula sin querer engañar -y eso que a veces ha tenido algo de trampantojo, como aquel estupendo proyecto, Chewing Gum Space Children, que conjugaba de un modo muy efectivo la instalación y el falso documento.
En este caso son unos caballeros medievales y la bestia monstruosa a la que pretenden alcanzar el motivo de su afrenta artística. Ellos, dibujados sobre grandes lienzos con un destacado trazo románico, como de códice, y resueltos a partir de hileras de lentejuelas multicolores; la bestia, construida desde una miriada de piezas de la famosísima lego, lo que sin duda arroja luz acerca de la generación a la que pertenece y sobre el sentido del divertimento que en todo caso alumbra su arte sin menoscabar una rigurosidad que entona el conjunto. Al parecer, estas obras se encuadran en otro proyecto multidisciplinar de envergadura -que la propia galería presenta como "delirante"- a partir de un relato de 2006 llamado “El crematorio de Bête Blanche”, en el que narra la historia de un caballero medieval del siglo XIII y la de uno de sus descendientes siete siglos después.
En el vestíbulo de la galería, en un pequeño formato que las hace deliciosas, las piezas de fotomontaje de Pablo Genovés, Paisajes y Rocas, en las que se auna un apropiacionismo delicado, un cuidado ensamblaje de los elementos y una refulgente presentación de la fotografía debida a su montaje con metacrilatos. Genovés sitúa la acción en un todo operístico que consigue presentar una irrealidad evidente como posibilidad, la catástrofe embutida en fastuosos teatros y compitiendo con ellos en suntuosidad, además de otros lugares afectados.
Finalmente, en el subsuelo de la galería, las siempre efectivas fotografías de Adrián Tyler, que continúa abordando la estética del no-lugar, una poética muy traída y llevada en estos tiempos que corren, pero que en manos de Tyler adquieren una dimensión pictórica especialísima, que abundan en la textura de lo habitado y reconstruyen una historia vívida.
De una parte, y compartiendo sala con la Andessner, el terceto alegórico de Pablo Alonso Herráiz. Comparto el interés de este artista de origen sevillano por las ficciones construidas a partir de una serie de piezas que, pudiendo funcionar de modo independiente, se encuentran más cómodas orquestadas bajo el guión algo literario dirimido tras un arduo proceso de trabajo. Siempre me ha parecido encontrar muchos paralelismos entre su obra y las otras ficciones, esta vez fotográficas, de Joan Fontcuberta (que mediante el virtuosismo del fotomontaje y otras técnicas adyacentes ha conseguido hacer creer a miles de ilusos espectadores un buen nutrido grupo de historias). No obstante, el arte de Pablo Alonso Herráiz, feliz en esa inmersión en la historia, fabula sin querer engañar -y eso que a veces ha tenido algo de trampantojo, como aquel estupendo proyecto, Chewing Gum Space Children, que conjugaba de un modo muy efectivo la instalación y el falso documento.
En este caso son unos caballeros medievales y la bestia monstruosa a la que pretenden alcanzar el motivo de su afrenta artística. Ellos, dibujados sobre grandes lienzos con un destacado trazo románico, como de códice, y resueltos a partir de hileras de lentejuelas multicolores; la bestia, construida desde una miriada de piezas de la famosísima lego, lo que sin duda arroja luz acerca de la generación a la que pertenece y sobre el sentido del divertimento que en todo caso alumbra su arte sin menoscabar una rigurosidad que entona el conjunto. Al parecer, estas obras se encuadran en otro proyecto multidisciplinar de envergadura -que la propia galería presenta como "delirante"- a partir de un relato de 2006 llamado “El crematorio de Bête Blanche”, en el que narra la historia de un caballero medieval del siglo XIII y la de uno de sus descendientes siete siglos después.
En el vestíbulo de la galería, en un pequeño formato que las hace deliciosas, las piezas de fotomontaje de Pablo Genovés, Paisajes y Rocas, en las que se auna un apropiacionismo delicado, un cuidado ensamblaje de los elementos y una refulgente presentación de la fotografía debida a su montaje con metacrilatos. Genovés sitúa la acción en un todo operístico que consigue presentar una irrealidad evidente como posibilidad, la catástrofe embutida en fastuosos teatros y compitiendo con ellos en suntuosidad, además de otros lugares afectados.
Finalmente, en el subsuelo de la galería, las siempre efectivas fotografías de Adrián Tyler, que continúa abordando la estética del no-lugar, una poética muy traída y llevada en estos tiempos que corren, pero que en manos de Tyler adquieren una dimensión pictórica especialísima, que abundan en la textura de lo habitado y reconstruyen una historia vívida.