1 jun 2005

José Ramón Lidó Rico

Probablemente haya un trecho muy distante entre las verdaderas intenciones y lo que uno puede percibir, sugestionado, en una instalación como provisionario. Llevada a cabo en el Horno de la Ciudadela de Pamplona, un singular cocedero que más bien resulta mausoleo a nuestra percepción, el abigarrado repertorio de affetti es amago de concertobarroco más que otra cosa. Pero el largo camino, lejos de distanciarnos del autor, nos proporciona una riqueza profusa.

Me interesa especialmente la relación con el enclave, que por sus materiales y su disposición cupulada recuerda a las cámaras funerarias de nuestros dólmenes neolíticos; sin poder -sin querer- evitarlo ejerce un poderoso diálogo con las esculturas. Estas, elaboradas en una gomosa sustancia sintética -una suerte de poliéster vertido sobre los vaciados que José Ramón Lidó consigue a partir de su propio cuerpo y objetos diversos- pueden tanto parecernos pan horneado como tierra cocida.


No podría haber mejor maridaje entre hombre y tierra, vida y muerte, esencialidad y superficie. Como en un horno, la sugerida acción del fuego parece haber detenido a los personajes en sus gestos más extremos; ya en su piel de pan -perfecta metáfora que nos devuelve a primitivas creencias, el humano como semilla germinada que debe su ser a alguna deidad que irriga la tierra o es ella misma-, ya en su epidermis de arcilla -reencuentro con el génesis de religiones antiguas, o del hombre con su materia prístina-. Como en un panteón, la presencia inequívoca de la piedra -eternidad- y del ladrillo -empeño efímero- nos hablan de los infinitos vasos comunicantes que establece el hombre entre su obra en vida y su propia muerte.


En estas esculturas, que escalonadas en tribunas nos pueden rodear en un silencioso y sin embargo polifónico y ensordecedor congreso, vemos el latido y el aliento; adivinar lo que se cuece en cada historia ha de ser un ejercicio personal. El hallazgo de cada hombre en sus obsesiones, al fin y al cabo, no es sino un sabio reconocimiento propio.


Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.


No hay comentarios: