1 oct 2005

Wispern - Jaume Plensa


Cacmálaga. Hasta el 08/01/2006.

Una magnífica escultura cuya materia primordial es el silencio. Lo mejor de wispern (murmullo) es adentrarse en ella, con sensaciones muy parecidas a recorrer las naves de la catedral de Chartres o pasear a primera hora de la mañana –sin el amontonamiento turístico- por el bosque de la mezquita de Córdoba. Da igual si el montaje de la instalación se produce en una iglesia barroca de Pollença o en la neutra sala de exposiciones del centro de arte, como es el caso.

De un modo u otro, dada la ligera sustancia de que se forman las obras de Jaume Plensa, reflexión, paz interior, armonía con el todo, la mejor de sus cualidades es la capacidad para inspirarnos una profunda y sosegada religiosidad. En cuanto que provoca en nosotros un silencio respetuoso y una serena conciencia de pequeñez ante lo verdaderamente importante de los elementos.

En esta obra, formada por un número creciente de recipientes metálicos y címbalos –en esta instalación hay cuarentaicuatro pero el autor quiere llegar hasta los setentaidós para darla por culminada-, el agua –accionando todos nuestros resortes como seres sutilmente sensibles- protagoniza un sencillo ciclo que está presente en nuestra cotidianeidad, pero que sirve aquí de herramienta musical de gran eficacia. En concreto, el agua de los recipientes, evaporándose, encuentra los címbalos suspendidos sobre ellos, se condensa y tarda unos minutos en caer. Al mismo tiempo, desde un punto indeterminado, un incesante pero lentísimo goteo acaba por golpear minuciosamente cada címbalo en su superficie. Y la música resultante no es sino la de la naturaleza.

En la poética teoría de Plensa se tienen en cuenta los diferentes diámetros de los címbalos, las diversas cantidades de agua, las posibilidades rítmicas del azar y el hecho de que, inexorablemente, cada címbalo ha sido grabado por una cantidad particularizada de palabras. Provinientes de los Proverbios del infierno de William Blake.

Finalmente, me apasiona el modo en que se ha nutrido del accidente. Cada goteo produce un inevitable proceso de oxidación, en una especie de estructura microfluvial que dibuja arabescos sobre la piel de los platillos de bronce. En un proceso degenerativo que nos habla de la misma vida, esta obra ya tiene contados sus días, si no se somete a la mano implacable de los restauradores, que puedan querer devolverla algún día a un estado níveo en que nunca se halló (no olvidemos que los címbalos fueron agregados en diferentes fases de creación de esta escultura). El arte como vida, o al menos mezclándose con ella.

Publicado originalmente en lafresa.org, 2005.

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