19 ene 2009

no es la forma en la que quiero morir... tracey emin


Llevaba bastante tiempo reservándome para hablar de la magnífica retrospectiva de Tracey Emin que el Cacmálaga ha organizado y que permanecerá entre nosotros todavía un par de meses más. Mi pretensión era poder digerir todo lo que en ella me ha convulsionado y tras deglutirlo todo, regurgitar una declaración de admiración que echara por tierra los muchos devaneos con la frivolidad con que suelen etiquetar muchos a la artista. Sin embargo, y sin fuerzas todavía para acometer un texto tan prolífico, no podía dejar más tiempo sin comentar la pieza que ha permanecido más insistentemente en mis retinas -por aquello de que las retinas retienen- y, por añadidura, entre mis pequeñas obsesiones.

Se trata de un trabajo con un título algo turbador y que sin duda provoca fáciles encuentros en el imaginario personal: No es la forma en la que quiero morir, una instalación que reproduce una desvencijada montaña rusa truncada que parece empotrarse en el muro o emerger de él como una misteriosa atracción de feria. Uno no puede recorrer la obra sin viajar al mismo tiempo -y probablemente en un trepidante ritmo de sube y baja también- por una galería de fotogramas cinematográficos que han hecho llegar hasta nosotros sensaciones aterradoras o emocionantes descargas de adrenalina ligadas ambas a probabilidades catastróficas muy del gusto de ese cine teenager, que siempre dispone la famosa Rollercoaster en el vértice de los peligros posibles y como causa inevitable de la muerte. No será difícil que recordemos algunas de esas películas en las que la vagoneta descarrilaba y flotaba unos segundos en el aire, o bien se detenía en un altísimo punto de la estructura que dificultaba el rescate de los pasajeros.


La montaña rusa de Emin, It´s not the way I want to die, es en efecto el remedo de una de tantas rollercoaster que pulularon y todavía pululan por las ferias de Estados Unidos y, por extensión, los parques de atracciones de todo el mundo. De hecho, se trata de una visión muy particular de la montaña rusa de la feria Dreamland en Margate, una localidad turística costera al este de Londres donde Tracey Emin vivió con su familia tras el establecimiento del negocio paterno en ese lugar. En pocas ocasiones como en esta las obras de Emin se basan en algo que no sea una vivencia real, más bien en una experiencia onírica; la propia artista ha narrado cómo forjó la idea de esta gran escultura -algo más de ocho metros en su lado más largo y unos cuatro metros en su parte más alta- que sirvió en gran medida para establecer cambios de escala muy bruscos en una exposición celebrada en la famosa White Cube de Londres en el año 2005, When I think about sex.

Según palabras literalmente extraídas de sus propias declaraciones, esta obra debió constatar algo así como la expiación de un sueño malvado: "Soñé que iba montada en una montaña rusa en Margate cuando de pronto nos quedamos parados. A mi lado había un pene de treinta piés." Lo más surrealista del sueño deviene cuando la artista se salva del seguro incidente al descender por las rugosidades que propiciaban las venas del enorme falo de diez metros que se erguía junto a ella para devolverla a la vida. Algunos han querido ver en eso un cierto paralelismo con el cuento de las habichuelas mágicas, por no decir que todos han dado por sentada la conexión entre el órgano reproductor masculino de grandes proporciones y las frustraciones sexuales de la británica. No obstante, muy a pesar de conocer esta fabulilla -que siempre interesan en las hojas de sala- la pieza en sí y careciendo de la información complementaria es una instalación que articula el espacio de un modo extraordinario.

Emin nos deja recorrerla y casi penetrar en ella al describir un profundo meandro del recorrido de sus raíles entre el muro de la galería y la frágil construcción de hierro y maderas recicladas. De alguna manera, podemos describir visualmente -como cuando delimitamos con la mirada los extraños perfiles de las odaliscas de Ingres y creemos acariciarlas levemente- una fluctuación de curvas y contracurvas que, si traducimos al recorrido de las vagonetas, haría restallar esas maderas que apenas se sostienen y que adolecen de una inseguridad más que palpable. Dejarse envolver por la montaña rusa de Margate tiene algunas de esas cualidades que desprenden las esculturas de Cristina Iglesias o las coloristas celosías de Tobías Rehberger a partir de elementos modulares. Como en ellas, penetramos en el seno de la escultura y podemos vivenciar en paralelo exterior e interior, podemos escoger entre ser partícipes o mantenernos al margen, y ello incluso habiendo dedicido entrar.

Patrick Elliot ha querido comparar a Tracey Emin con el Ouroboros, un símbolo mítico de la antigüedad que representa a una serpiente que se muerde la cola, sin duda una representación de la constante renovación, la autosuficiencia o la infinitud. Según este autor también sería una metáfora del carácter de la artista, que se retroalimenta indirectamente ("Su vida se torna arte y su arte se torna vida" [1]). La montaña rusa de Margate, construida por Emin para plasmar probablemente una buena porción de miedos, no deja de ser al mismo tiempo una serpiente sin fin, que asciende y desciende por las contradicciones internas de la artista.

[1] ELLIOTT, Patrick. Convirtiéndose en Tracey Emin. Tracey Emin 20 años, catálogo de la exposición de igual título llevada a cabo en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga del 28 de Noviembre de 2008 al 22 de Febrero de 2009.

1 comentario:

ANA dijo...

Supongo que todos soñamos o hemos soñado alguna vez con montañas rusas, pero no todos las hemos materializado en cuerpo y alma... últimamente ando emborronada limando los temas que me interesan para mis cuentos... y mi montaña rusa no para de subir y bajar y girar... Me tiene lokaaaaaa


;)