8 ene 2009

walter martín y paloma muñoz


Si algo me caracteriza es el despiste. Por añadidura, la Navidad, como a muchos, me desarticula y me convierte en un ser compulsivo que sólo piensa en redecorar su vida y abandona la mayoría de sus hábitos cotidianos, entre los que se encuentran actualizar sus redes sociales o consultar el correo. Hoy, por ejemplo, he leído mi primer periódico de 2009. Así las cosas, no es de extrañar que haya abierto hace sólo unas horas el sobre en el que he recibido la invitación de la galería Isabel Hurley para visitar la exposición de Walter Martín y Paloma Muñoz. Aún no la he visto, pero he rememorado con alborozo la vez primera en que pude disfrutar de sus fotografías y pequeños dioramas encapsulados en fanales, en ARCO. O la ocasión en que escribí sobre ellos para lafresa.org.

Este es el texto que les dediqué en el verano de 2007, a propósito de una muestra en la Universidad de Alicante. Me apetece poder contraponerlo a lo que escribiré aquí cuando tenga la oportunidad de llegarme por la deliciosa galería. Lo que espero que ocurra en breve, dependiendo mucho de las clemencias o inclemencias del tiempo -que ahora mismo nos tienen sometidos a un frío extraño, tras las cálidas navidades en que hemos podido pasear a cuerpo gentil-.


Si uno ya ha visto el arte de Walter Martín y de Paloma Muñoz, se habrá habituado a un cierto gusto por la ironía dramática. El arte-concepto por el que han manipulado objetos reales o fabricado otros inexistentes desembocó casi siempre en un tipo de arte que quería bromear sobre nuestra capacidad para dar las cosas por sentadas. En cualquier caso, prácticamente en todo momento han conjugado brillantemente una iconografía hasta cierto punto surrealista, que nos llevaban a estampas oníricas y desde luego impactantes. Esta vez han sido mucho más sutiles. No sólo han establecido un parámetro de trabajar con proporciones minúsculas -diminutas miniaturas de modelismo sumergidas en burbujas de cristal con agua y nieve artificial-, también han refinado sus iconos para describir sensaciones dramáticas con más enigmas y más preguntas sin responder:

¿Qué ocurrirá tras el encuentro entre la pequeña niña -camino de casa desde el colegio, tal vez perdida, tal vez en una situación embarazosa cuanto menos- y el señor anciano y obeso que la espera plácido? ¿Encontrará el lobo a la chica que parece esconderse tras el árbol ceniciento? ¿Quién querría ocultar un cuerpo humano en un túnel bajo la nieve? ¿Por qué danzan en un cementerio?

Cada uno de los interrogantes parece extraido de la sinopsis argumental de una película de cine negro. Nuestros artistas han abandonado dichas historias a unos títulos más que equívocos y escuetos (la palabra "traveler" acompañada de una numeración es como llaman a todas las de esta serie), que apenas plantean si el viaje de estos personajes es trascendente, a dónde les lleva...

En esos fanales transparentes en donde el arte siempre hallará una cierta movilidad -el agua temblorosa ante cualquier mínimo espasmo sísmico, la nieve falsa y pequeña que oscilará en un pequeño balanceo...-, encontramos secuencias de historias que, de ser desarrolladas, podrían encontrar su todo fílmico.


A ello contribuye una cierta ambientación: Todas parecen ocurrir de noche, tal y como especifican en algunos títulos ("traveler at night"). Al fotografíar sus pequeñas esculturas, Martín y Muñoz han establecido unas pautas comunes de trabajo; el fondo negro, la insistencia en los reflejos del cristal enclaustrador y el detenimiento de una nieve en puro caer. Hay un evidente interés por el fotograma, congelar el instante de una historia que ocurrió de veras.

Una de las cosas que más extrañamiento producen y al mismo tiempo atraen y subyugan, es, precisamente, ese afán. No sabría si preferir una de las esculturillas -una burbuja de cristal con su escenografía y su agua y nieve siempre inmóviles- o una de las fotografías -con esa magia de enfoques y desenfoques conscientes y esos diferentes grados de concisión que toda buena fotografía debe poseer.

Pequeñas películas envasadas con tacto exquisito.


www.martin-munoz.com


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estos trabajos son brutales. Yo prefiero los dioramas aunque tambien me conformaria con las fotos. Hace unos años vi uno con unos " nazarenos " que me dejaron loco.
Los descarte hace algun tiempo, alzaron el vuelo, alejandose de mi presupuesto para arte.

ANA dijo...

dónde está el post que te escribí ayer...

;(

Pedro Alarcón Ramírez dijo...

Cariño, Anita, ni siquiera lo he podido leer. El internet este traicionero que a veces hace lo que le da la gana. Lo siento hija...

ANA dijo...

Es verdad... Es que ahora me dice:
Su comentario se podrá ver dentro de unos momentos.

Y no se vio jamás de los jamases...

El caso es que te decía que yo también recordaba haberlos visto en Arco y que me gusta sobre todo la escena en la que bailan los personajes en el cementerio. Creo que ese sería el inicio de otro best-seller, tipo crepúsculo o algo, no?

Bezis criaturilla...