11 feb 2009

javier calleja, el coleccionista


Es Javier Calleja un metalingüista de principios; utiliza como medio expresivo la instalación, esto es, un arte de salón –casi un rococó subvertido, como diría Fernando Castro- que ostenta una fuerte determinación a deconstruir los espacios y modificar la estructura de los lugares. Resuelto en este todavía incipiente género artístico –unas décadas no son nada-, y obcecado en la incitante visión gulliver a que nos aboca el artista, no sólo nos envuelve y acoge: Decreta nuestros movimientos, nuestro recorrido y hasta la mirada –que se sentía libre frente al cuadro-. Y al hacerlo toma como principal reseña el hecho mismo de la multiforme problemática de lo artístico. Como un demiurgo omnisciente que, conocedor de los entresijos más contradictorios de los engranajes del arte, recrea una ilusión autorreferencial que tiene mucho de disección al tiempo que de ilusión fascinante.


Uno de los principios estéticos en que fundamenta su obra es el factor acumulativo; y no es la primera vez que el arte contemporáneo remeda el sinuoso espectáculo que supusieron las wunderkammer o cámaras de las maravillas a partir del Renacimiento –los más que influyentes Daniele Buetti, Raymond Pettibon o Mark Dion organizan el visionado de sus trabajos a modo de gabinete de coleccionista, aunque desde intenciones bien distintas-, lo cual lejos de incomodar a Calleja le es más que familiar (teniendo en cuenta su experiencia laboral en la logística de exposiciones y centros de arte). Y lo que nos relata con ello no es precisamente una desbordada pasión humanista por el conocimiento: Más bien una obsesión enfermiza por el hecho de coleccionar y atesorar, como se aprecia en las actitudes de esos frágiles personajes de cabeza cúbica que deambulan por sus apabullantes compilaciones.


Sus obras nos enfrentan a un universo de lo ínfimo –como Walter Martín y Paloma Muñoz, Baltazar Torres o Liliana Porter- para que hagamos acopio de un sinfín posible de actitudes voyeuristas –como el ojo de la cerradura, lo diminuto atrapa nuestra atención en un talante enigmático- que acaban en una conclusión catárquica, la única posible que puede derivar de este simulacro berrueco: La de encontrarnos en medio del caos.


(Publiqué este texto sobre el artista para el libro "Arte desde Andalucía para el Siglo XXI", coordinado por Iván de la Torre Amerighi, editado por la Junta de Andalucía y presentado en la edición de ARCO 2008)


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