21 feb 2009

rirkrit tiravanija


Parte de mi receso implicaba salir a la calle, aunque finalmente no he podido resistir la tentación de regurgitar un poco más de arte. Así que he merodeado de nuevo por la antológica de Tracey Emin -a la que le quedan dos telediarios, y es una exposición maravillosa-, y me he interesado por la intervención site specific que Rirkrit Tiravanija ha elaborado para el espacio central del CacMálaga. Y ha sido la decisión perfecta, ya que me he encontrado con un poco más de ese arte intangible -incomprable también, añadiría- con que a veces nos sorprende el centro (recordemos Art & Language, Lawrence Weiner o Liam Gillick). Lo cual era un divertimento con moraleja muy apropiado para mi tarde de sábado.

A veces agradezco algo tan liviano como una simple montaña de camisetas que apenas oculta una proyección repetitiva y monótona. El cúmulo de prendas, todas blancas y con la estampación uniforme en la que reza una misma inscripción ("Uno no puede simular la libertad"), debía ser lentamente deconstruído por los asistentes. De modo que me enfundé en una de mi talla, firmé la cesión de los correspondientes derechos de imagen y me dispuse a ser fotografiado en tres tomas al modo en que los reclusos lo hacen cuando ingresan en prisión, portando una tablilla en la que se escribía con tiza el número asignado (1393, lo cual quiere decir que otras tantas personas han pasado ya por la muestra). Mientras lo hacía, la verdad, poco o nada estaban presentes en mí esas palabras -es lo que tienen los centros de arte actuales, que montan pequeños circos que generan un atractivo extraartístico-, lo cual sin duda creo le restaba propiedad al asunto.


Pero luego me imaginé como parte de una manifestación silenciosa aunque multitudinaria -y recordé otras a las que estuve y estoy orgulloso de prestar mi voz, como el No a la Guerra-, y creo haber concluído en que la sociedad democrática necesita de esos mensajes en off. De ellos se nutre y a ellos irriga o debe hacerlo.

Charlaba con el personal de sala mientras visualizaba el vídeo -algo anodino, por otro lado- de un niño de rasgos orientales que realiza una acción cotidiana; come. Extremadamente simple. Pero eficaz. Al descender la cima de esa montaña de camisetas el mensaje podía constituir parte de una militancia suave -me vinieron a la cabeza algunas camisetas seriadas de Rogelio López Cuenca, que siempre trabaja desde el compromiso social-, y todos acabaremos viendo nítidamente al niño. No es mal camino.

1 comentario:

MBI dijo...

ha sido estar allí y cuánto me hubiera gustado...gracias