22 sept 2011

el cubo blanco


En el año 2006 los responsables de la fundación Montenmedio de Arte Contemporáneo -uno de esos lugares a los que quiero volver para, por ejemplo, comprobar lo que ha hecho James Turrell- invitaron a Gregor Schneider a llevar a cabo una intervención site-specific con carácter permanente en un llano rodeado de pinares dentro de la dehesa situada en Vejer de la Frontera -Cádiz-. El proyecto en cuestión, concebido como lugar para elogiar la paz y la tolerancia, deviene de otro anterior, que fue considerado polémico en su momento, por el que el artista pretendía instalar una réplica en volumen y dimensiones de la Kaaba, el monumento sagrado por excelencia de la religión islámica, en el centro de la famosísima plaza de San Marcos, en el contexto de la Bienal de Venecia. Tanto en esa ciudad como en Berlín se había denegado al creador teutón la posibilidad de erigir dicha simbólica imagen, un sencillo cubo de color negro, bajo el pretexto de que podía resultar hiriente para la sensibilidad religiosa musulmana. Hay que añadir que esas prohibiciones tuvieron lugar sin que en ningún momento se pronunciara al respecto autoridad alguna entre las comunidades mahometanas de Italia o Alemania. Simplemente, el proyecto se ocultó por prudencia y se prefirió mirar para otro lado.


Con su obra "Cubo Cádiz", Schneider da la vuelta al calcetín y de alguna manera subvierte el concepto original -quién sabe si para distanciarse lo suficiente de un símbolo grabado a fuego en el inconsciente colectivo-, dando lugar a una igualmente esencialísima forma primigenia y pura, como se puede decir también de la Santa Kaaba, piedra angular del rezo coránico. Siempre he pensado que aquellos árabes del protoislamismo construyeron una de las más bellas imágenes para representar el entorno de lo sagrado. Un cubo de piedra luego revestido de sedas negras con bordados en oro entresacados de versículos que ensalzan la divinidad. No hay catedral, mezquita ni sinagoga en el mundo con tal economía de medios y tal capacidad de canalización de conceptos efectivos de lo sublime. Si Dios tiene un lugar en el mundo, si escogiera una casa, parece bastante apropiado que se decidiese por ese paralelepípedo de aristas perfectas, quizá la mayor evidencia de lo terreno -casa de Dios, en la tierra, construida por la mano del hombre-.

No es de extrañar que tras diversas negociaciones, la obra original (el cubo réplica en color negro) se levantase finalmente -un año después, en 2007- en la alemana ciudad de Hamburgo, en el contexto de una exposición que conmemoraba lazos con san Petesburgo. El hilo conductor era el marco negro como leitmotiv y la obra de Malevitch. Recordemos cuán sagrado resultaba para el pintor ruso dicha obra, a la que confirió el carácter de icono religioso y ordenó situar sobre su féretro durante la instalación de su propia capilla ardiente.

La pieza construida en Vejer, un andamiaje recubierto de lona blanca, se enclava en un paraje desde el que se puede otear el azul de dos mares -el océano Atlántico y el mar Mediterráneo-. No es la primera ni la última vez que un artista de los convocados a la fundación andaluza dedican el trasunto de su obra artística al estrecho de Gibraltar como lugar de encuentro entre dos culturas. El blanco níveo de su superficie dialoga a la perfección con los colores parduzcos y verdes del paisaje mediterráneo, se mira y encuentra en los cercanos pueblos blancos de la provincia de Cádiz, de una luz casi hiriente. Y estimula un código de diálogo, respeto y entendimiento que, al menos, yo quiero ver, en esta década crispada y sinuosa que se abre con los trágicos sucesos de 2001 y todavía no consideramos del todo cerrada.



Fotografías de Pedro Alarcón por cortesía de NMAC Fundación Montenmedio.



La web del artista. 

El cubo blanco me lleva a hermosas conexiones con Rachel Whiteread. ¿Se acuerdan?



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