5 oct 2011

Holocaust Denkmal




Al preparar un primer viaje a Berlín, se acaba leyendo por todas partes acerca de lo imprescindible que se hace visitar el Monumento a los Judíos Asesinados en Europa, más comúnmente conocido como Memorial del Holocausto. Dos mil setecientos once bloques de hormigón esparcidos según una retícula hipodámica en una manzana de dimensiones suficientes como para marear a cualquiera.

En la marea gris de bitácoras y redes sociales de viajeros, que están acorralando a las guías de papel, la muchedumbre proclama el inevitable sentimiento de angustia provocado por esos monolitos, la ansiedad palpable. El desplome de nuestra alma bajo la losa de lo sublime, que se manifiesta ante nosotros en forma de pseudolaberinto. Y se describen ciento y una sensaciones más de desasosiego, tristeza, vergüeza... Pero me da que todas esas emociones afloran ante la sugestión previa, si es que acaecen. Porque al llegar allí sorprende el griterío de la chiquillería, el juego de los turistas que recorren el lugar como una feria, la intuición del ajeno que ha reinterpretado ese espacio como hábitat de lo lúdico, amén de magnífico escenario de fotografías. Nada más vulgar que recostarse sobre una de las lápidas y posar como la venus de Urbino... Pero ocurre.

O quizá debiera desasirme de todo lo estudiado previamente, olvidar que un memorial deba honrar a las víctimas desde la conciencia de la masacre, desde la profunda melancolía. Y pensar que, probablemente, estamos en una sociedad que ha superado aquel rencor viejo de naftalina, y puede pasear despreocupadamente por el cementerio ilusorio de millones de vidas rotas. Será eso. Y entonces podría concluir que, sin querer, le han dado al memorial un cariz de parque temático. Sin querer, obviamente.

Es uno de los problemas de este afán moderno de asignar a las abstracciones más primarias contenidos tan ambiciosos. Un bosque de menhires contemporáneos puede recordar a una necrópolis, puede aludir a la barbarie. Sí, pero también puede ser el entretenimiento perfecto para una tarde de verano.

Quién se lo iba a decir a Peter Eisenman y Buro Happold, sus artífices.










Fotografía y vídeo de Pedro Alarcón. Pueden ver más imágenes del Holocaust Denkmal aquí.


Esta es la web del monumento.


Otra entrada del blog sobre arte público y pureza de volúmenes.






.

3 comentarios:

ANA dijo...

Menos mal q mi capacidad de abstracción sigue intacta y me ayuda a sentir la grandeza de ciertos lugares, aún cuando se desbordan de turistas bombarderos...
No puedo estar más de acuerdo ctgo.

Tunomandas dijo...

A mi sin embargo más que molestarme me pareció un contraste interesante. Para mí el interior se define con dos palabras: respeto y rabia. Una exposición y un montaje elegante y precioso para un mensaje atroz que produce en mí una rabia y una impotencia inusual. Sin embargo, es cierto que el exterior resulta un lugar lúdico, en el que casi sin darte cuenta acabas entrando en un juego de alturas, pasillos, encuentros, escondites... Por ahí escuché que era precisamente lo que buscaban los artistas: que el visitante sintiera, recorriera y viviera el espacio. Sin duda lo han conseguido, no?

Tunomandas dijo...

Por cierto, y la recomendación de los viernes?